Día Mundial del Ambiente: crisis ecológica, genocidio y caos capitalista

Este 5 de junio nos encuentra en un mundo cada vez más convulsionado con catástrofes climáticas, desplazamientos masivos, genocidio al pueblo palestino y saqueo extractivista. ¿Cómo frenar esta barbarie y los desastres recurrentes a los que lleva el capitalismo? Los desafíos del ambientalismo hoy

Noticias05/06/2025RedacciónRedacción
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El 5 de junio es el Día Mundial del Ambiente en conmemoración a la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente en 1972, en Estocolmo. Este 2025, la fecha llega en un contexto geopolítico muy complejo.

Los analistas coinciden en que el mundo está cada vez más convulsionado y hablan de permacrisis, policrisis ocaos sistémico para describir la superposición de crisis geopolíticas, económicas, sociales, políticas y, por supuesto, ambientales.

La emergencia climática ya no es una amenaza futura: es el presente de millones. Inundaciones sin precedentes, incendios devastadores, olas de calor que rompen récords año tras año, desplazamientos forzados por causas ambientales. De acuerdo al último informe mundialdel Centro de Vigilancia de los Desplazamientos Internos – IDMC, por sus siglas en inglés – en 2024 se registraron 45,8 millones de desplazamientos por desastres socionaturales o naturales, ya sean climáticos o geofísicos.

Tormentas inundaciones, incendios, terremotos y otras catástrofes obligaron a la población a abandonar sus hogares un número de veces que es casi el doble que la media anual de la última década. Los fenómenos meteorológicos extremos son más frecuentes con el calentamiento global y representan hoy una de las principales causas del desplazamiento interno a nivel mundial. Entre los más graves del último año se encuentran el terremoto en Japón, la DANA en Valencia, los incendios forestales en el sur de Chile y en el Amazonas, el huracán Helene en el Caribe y el huracán Milton en Florida, la inundación en Río Grande do Sul en Brasil y así podríamos seguir.

Al mismo tiempo, asistimos en tiempo real a una masacre: el genocidio contra el pueblo palestino. En países centrales como Inglaterra, Francia, y el propio Estados Unidos crecen las movilizaciones en repudio. Como señaló Greta Thunberg: “no puede haber justicia climática en un mundo con genocidio”. La activista ambiental se ha posicionado como una de las voces internacionales más comprometidas con la causa palestina. En este momento, se encuentra a bordo del velero Madleen, con intenciones de llegar a las costas de la Franja de Gaza para denunciar la política criminal de Netanyahu, que impone hambre y devastación a toda una población.

Es un gesto muy valiente que recorre el mundo y contrasta con el silencio de quienes dicen defender el planeta pero callan frente a esta barbarie. Investigadores independientes vienen documentando elimpacto ambiental del ejercito sionista y han denunciado la omisión de estos datos en los informes de las cumbre climáticas.

 No se puede entender la crisis ecológica desligada de esta situación mundial: del genocidio, de las guerras, de la desigualdad, del racismo estructural y de la decadencia del orden neoliberal.

La hegemonía norteamericana está en declive. Aunque Estados Unidos sigue siendo la principal potencia mundial, ya no impone un orden unipolar como en décadas pasadas. Trump ha recortado el financiamiento a organismos multilaterales como la ONU y la OTAN. La emergencia de China, el alineamiento con Rusia y el accionar de potencias intermedias que persiguen sus propios objetivos nacionales reconfiguran alianzas inestables.Europa —con Alemania y Francia a la cabeza— avanza en un proceso de rearme, aumentando el gasto militar. Se acelera la carrera tecnológica y la disputa por minerales críticos, profundizando el saqueo, la militarización y el extractivismo.

El “diálogo multilateral” para hacer frente a la crisis ecológica se avizora aún más vacío que antes, pero no hay que olvidar que las Cumbres Climáticas, una tras otra, se han revelado inútiles. Acuerdos insuficientes, compromisos de metas de emisiones sin planes concretos para lograrlas; promesas, decepciones y más promesas. Enfrentar la crisis climática resulta irrisorio sin cuestionar las guerras, el genocidio y las raíces profundas de este sistema social organizado en beneficio de las grandes empresas que solo les interesa sus ganancias.

¿Todos somos responsables?

Frente a esta realidad, suenan cada vez más absurdas las apelaciones a la "conciencia ambiental" individual o los gestos simbólicos. El greenwashing intenta encubrir a los verdaderos responsables: las grandes empresas y los gobiernos que las respaldan.

El informe Corporate Climate Responsibility Monitor (CCRM) 2024 – Monitor de Responsabilidad Climática Corporativa – muestra el análisis de las estrategias climáticas de 51 grandes empresas globales. Entre ellas, multinacionales automotrices (Volvo, Volkswagen, Toyota), energéticas (Iberdrola, Duke Energy, Engie), de la moda (Nike, Adidas, H&M, Inditex) y del sector alimentario (Danone, Nestlé, Pepsico, Walmart).

El resultado: objetivos insuficientes y/o sin sustento para la reducción de emisión de gases de efecto invernadero, lobby contra regulaciones, manipulación de sus números de emisiones y flexibilización de sus responsabilidades con la compra de bonos de compensación. Por ejemplo, las empresas alimenticias hacen contabilidad creativa de emisiones calculando el secuestro de dióxido de carbono en la tierra (a veces llamado “insetting”) como una parte significativa de sus objetivos de reducción de emisiones. También se comprometen a “no deforestar” y agregan eso al cálculo como si fuera una reducción real de emisiones.

A la par, gigante petroleros como Chevron, Shell, BP, ExxonMobil, Saudi Aramco y Petrobras, lejos de estar en retirada, se expanden con el respaldo de gobiernos que promueven la explotación de nuevos yacimientos, como el fracking en Vaca Muerta o los proyectos offshore en el Atlántico Sur.

El capitalismo verde no se propone transformar la matriz de producción que genera la crisis ecológica. Por el contrario, encuentra nuevas vías para hacer negocios, ya sea con mercados financieros, nuevos nichos de inversión de mercancías verdes como los autos eléctricos o la energía renovables, las “reconstrucción” luego de desastres climáticos o el desplazamiento de los problemas que genera el capital tanto a nivel temporal como espacial como plantea el geógrafo marxista David Harvey. Si los desastres ecológicos o guerreristas destruyen hábitats y producen la muerte de poblaciones enteras, el capitalismo aún puede seguir reproduciéndose, acumulando capital y generando enormes ganancias para un sector cada vez más minoritario.

Argentina: el negacionismo al servicio del consenso extractivista

En este tablero global, el rol asignado a países como Argentina es claro: proveedor de bienes comunes naturales para las potencias, profundizando el extractivismo. Y este modelo no es exclusivo de un gobierno o partido: es una política de Estado sostenida por todo el régimen político. Desde el negacionismo explícito del gobierno de Milei hasta las gestiones “progresistas” que se amparan en falsas promesas de desarrollo, lo que predomina es un consenso transversal para seguir explotando territorios y bienes comunes al servicio del capital extranjero.

El gobierno actual, en particular, ha profundizado esta orientación con gran virulencia. Con el RIGI de la Ley Bases votada también por el peronismo, quieren imponer un plan de entrega: más megaminería, más fracking, más offshore, menos regulaciones ambientales. Se busca rediseñar al país como una zona de sacrificio al servicio de los intereses del mercado internacional y el pago de la deuda externa. La ciencia, las universidades y los trabajadores estatales sobran en este modelo.

Pero tampoco sirve volver a un Estado “eficiente” a costa de sus trabajadores y para seguir garantizando negocios porque la lógica sigue siendo la misma: extracción masiva de bienes naturales, degradación ambiental, desplazamiento de comunidades y apropiación de territorios para pagar la deuda, con promesas de redistribución que se agotan rápidamente.

No podemos acostumbrarnos a las catástrofes climáticas y ecológicas que se vuelven moneda corriente, con impactos desiguales según la clase social y el lugar en que se habita. A comienzos de 2025, hubo incendios masivos en la Patagonia; en marzo hubo inundaciones en nueve provincias: Buenos Aires (Bahía Blanca), Salta, Tucumán, San Juan, Chubut, Jujuy, Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos.; y hubo importantes inundaciones en la zona norte de Buenos Aires en mayo. Estas no son tragedias “naturales”: son parte de un modelo económico y político que produce devastación social y ecológica.

Frente a esto, la resistencia desde abajo se ha ido construyendo en estos años y en estos días tenemos indicios de continuidades. En Neuquén, la lucha por proteger el lago Mari Menuco de la contaminación del fracking nuclea a organizaciones socioambientales, comunidades mapuche y vecinos autoconvocados. En Mendoza, se reactiva la oposición al proyecto megaminero San Jorge, con movilizaciones en defensa del agua. En Jujuy los pueblos originarios denuncian el saqueo del litio en sus territorios. También la emergencia de peleas salariales del sector de la docencia, de la salud con el Garrahan a la cabeza – un hospital de excelencia con enfermeras que denuncian las infancias contaminadas por agrotóxicos– y conflictos obreros como los trabajadores de Secco en el sector eléctrico. Son luchas que articulan una crítica profunda al modelo extractivista y de ajuste, y abren el camino para imaginar una salida emancipadora.

Alerta Roja: ambientalismo anticapitalista, internacionalista y socialista

La crisis ecológica es inseparable del sistema que la produce. No se trata de una falla del capitalismo, sino de una consecuencia de su lógica de acumulación: explotar la naturaleza como si fuera infinita, subordinar toda forma de vida a la ganancia y desplazar los costos de la crisis sobre los más vulnerables.

Frente a esta realidad, el ambientalismo reformista se revela impotente. Las cumbres internacionales fracasan una y otra vez; las políticas de “responsabilidad empresarial” son puro greenwashing; las campañas de consumo responsable no cuestionan la raíz del problema. No se puede enfrentar la emergencia climática sin tocar los intereses de las grandes corporaciones, sin combatir el militarismo, las guerras imperialistas y la opresión sistémica que sostiene este orden global.

Por eso, es cada vez más urgente levantar una perspectiva de ambientalismo anticapitalista, internacionalista y socialista. Un ambientalismo que no se limite a denunciar, sino que proponga una transformación estructural del sistema. Que conecte la lucha contra el extractivismo con las luchas de las y los trabajadores. Un ambientalismo que reconozca que no hay futuro sostenible dentro de los márgenes del capitalismo.

En este horizonte, los bienes comunes —el agua, la energía, la tierra, los minerales — dejarían de estar al servicio del capital para estar bajo control de quienes los producen y habitan, de forma cooperativa, solidaria y en equilibrio con el ambiente.

Frente a la devastación ecológica, a la barbarie imperialista, al avance del militarismo y la represión, del extractivismo y el saqueo, la salida no puede ser individual ni local. Necesitamos construir una alternativa política global, desde abajo, con la clase trabajadora y las comunidades como protagonistas. Una alternativa socialista, que se proponga no sólo frenar el desastre, sino abrir las puertas a una nueva forma de vida.

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